Es sin temor a dudas unas de las voces más intensas y apasionadas de la historia de la literatura española; mucho más que un poeta, mucho más que un dramaturgo. Miguel Hernández representa para todos aquellos que se han acercado en algún momento u otro a su poesía, una de las cimas más hermosas y humanas que han dado las letras españolas del último siglo. 

Azote de conciencias, reinvidicador de la palabra humilde y de los humildes, sus versos son el fiel reflejo de su naturaleza honesta y de su voz vinculada con la tierra y con el mayor sentimiento de justicia que un hombre pueda tener. Nada ensombrece tampoco su imagen de poeta cívico, de poeta del pueblo, que nace en Orihuela entre el agrio olor de las cabras. Alumno de bolsillo pobre (entonces a los niños sin dinero se les permitía estudiar, eso sí, sentados en la última fila de la clase), se rebela contra su destino angustioso de pobreza y encuentra el consuelo en la poesía, en la que triunfará, sin olvidar en ningún momento sus orígenes. 

Vinculado a Vallecas, a los paisajes de aquel pueblo que era este barrio, Miguel Hernández encuentra el terruño suyo que ha perdido en la capital, en Madrid. Defensor de la República después y más tarde represaliado en la oscuridad de las cárceles franquistas, se le permitió morir, dejándonos  el legado de sus libros: "Perito en lunas",  "El rayo que no cesa", "Vientos del pueblo" y "El hombre acecha", junto con un cancionero inacabado de poemas que escribió en la penumbra de su celda. Cualquiera de estas obras nos sirve para encontrar en nuestro querido poeta aliciente para seguir amando el arte de las palabras.Leer a Miguel es el único consuelo que nos queda ante las injusticias del mundo que todavía hoy acosa nuestra felicidad... Hermosos como pocos, no dejan sus versos de emocionarnos. Recordémoslo, pues, cuando se celebra este año el centenario de su nacimiento.